Sabes (esa palabra que ocupas para darle un énfasis, una magnificencia a lo que vas a decir a
continuación, cuando podemos disfrutar de una conversa serena) espero con ansiedad
que lleguen a mis manos esas moneditas que tus juntas y con las que tus ojos cotidianamente
se encuentran apiladas ellas en las botellas de vidrio trasparentes.
Los abuelos las llamaban chauchas (hace decenas de años hubo una gran revuelta en Santiago
por un alza de unas cuantas chauchas en la locomoción, ya vez como siempre los santiaguinos exagerando) sean las pequeñas señales de que me continuas habitando,
acompañando en mi ir venir por las ocho manzanas o las veredas ñuñoinas
hoy amenazantes por los ciclistas furiosos que las transitan.
Sabes, entonces continuamos abiertos ampararnos, a aplicarnos a la tarea
del ejercicio predilecto, sumergidos en esto de levantar la cabeza y aspirar y aspirar un perfume que renueva el mirar, la paciencia y la habitación de la dulzura.